jueves, 17 de octubre de 2013

Dos días y una noche en el desierto:



Como todas las mañanas salí con mi caravana a dar la recorrida matutina por las dunas del Sahara con el fin de transportar mis productos hacia el mercado central de Marrakech. Los rayos del sol nos daban directo a mis compañeros de ruta y a mí. No había sombra en ninguna parte del recorrido y el calor iba en aumento, pero para nuestra suerte ya estábamos acostumbrados además nuestras prendas estaban hechas para estos largos viajes incluyendo nuestros turbantes.
Ni el viento que arremolinaba la arena ni los abrasadores rayos del imponente sol  podían con nosotros y nuestro trabajo. Mas sin embargo ninguno estaba preparado para lo que vendría después.
Al aproximarnos a Marrakech, cerca de un hermoso y deslumbrante oasis, una figura elegante y serena envuelta en túnicas color sangre nos parecía estar esperando. A primera vista creímos que era un comerciante que se había detenido para descansar y dar de beber a los camellos de su caravana. Pero no había caravana, tan sólo un caballo tan negro como la noche misma que relinchaba a unos metros de la susodicha figura.   
Al ir acercándonos y agudizando nuestra vista la figura se tornó más clara y sin duda lo que teníamos adelante no era un hombre sino una mujer, una hermosa mujer para ser más preciso. Su cabello era rojizo y su piel tenía el color de la arena. Sus ojos poseían el calor de las aguas del oasis, es decir verde cristalino, y sus labios contenían el color de una rosa; algo blanca y algo rosa dependiendo de cómo le diera la luz.   
No pudimos al contemplarla más que quedarnos hipnotizados y embrujados ante tanta belleza y pureza que esta criatura, creada sin duda por Alá, irradiaba. Y fue mucho peor cuando escuchamos su voz puesto que ésta era aterciopelada, majestuosa como sí en vez de que hablara ella lo hiciesen  los ángeles. Ella nos dijo, sin que le preguntásemos, su nombre que no era otro que Zulaikhah que por estos lares significa «la que maravilla a todos» y ese era precisamente el efecto que causaba en todos nosotros.
Nos acercamos más y, después de presentarnos, le preguntamos qué andaba haciendo sola por este inhóspito lugar que muchas veces está lleno de rufianes y truhanes. Zulaikhah nos respondió que no nos preocupáramos por ella, que sabía protegerse sola, es más nos insinuó que en realidad nos debíamos preocupar por nosotros. En ese momento no entendíamos a que se refería pero no tardaríamos mucho en averiguarlo.
Encaprichados con ella insistimos para que nos dijera qué estaba haciendo y si es que necesitaba ayuda para algo. Zulaikhah esquivó varias veces nuestra pregunta y nuestro ofrecimiento hasta que finalmente nos dijo que vivía en lo profundo del oasis, que había salido a dar una vuelta en su caballo y que se había quedado ahí por pura curiosidad pues quería saber quiénes se aproximaban al pueblo.
A continuación nos ofrecimos a acompañarla a su casa con la escusa de conocer el oasis pero en realidad no queríamos dejarle. Nuestras intenciones eran otras, cada uno de nosotros quería dejar su huella en Zulaikhah y hasta me atrevo a decir que más de uno la quería únicamente para sí mismo. Algunos fantaseaban inclusive con la idea de marcarle a fuego su nombre para que el mundo supiese que era suya.
Zulaikhah aceptó de buen grado que la acompañásemos y se puso muy feliz de que quisiéramos conocer su bello oasis. Parecía tan ingenua, tan inocente y con una sonrisa bastante tímida que cada vez caíamos más y más en un abismo. Y cada minuto que pasábamos en su presencia se nos hacía más difícil el olvidarla.  En retrospectiva me doy cuenta que esa era la imagen que nos quería mostrar y que en el fondo sabía nuestras verdaderas intensiones.
Acto seguido nos adentramos lentamente en el oasis y con cada paso que dábamos la entrada al mismo se veía cada vez más lejana y la salida no parecía presentarse nunca, al igual que la casa de Zulaikhah. Lo que sí era evidente es que algo siniestro se apoderaba de nosotros, algo que parecía darnos fuerza y renovarnos la energía pero a la vez doblegaba nuestro espíritu cegando nuestro raciocinio. En pocas palabras ese algo nos arrastraba a la locura.
Cansados ya de tanto caminar por fin pudimos dar con la casa de Zulaikhah, quien nos agradeció el que la hayamos acompañado y en recompensa nos hizo pasar. Ya adentro nos llevó a un gran salón y nos convido un té con araq[1] y unos baklavas[2]; más a mí me pareció que dichos bocados o acaso dicho brebaje tenían algo más que sus ingredientes habituales pues después de probarlos no supe dónde estaba, quién era ni qué hacía.
Al terminar de beber nos pusimos jocosos, nos desinhibimos y empezamos a insinuarnos a Zulaikhah. La perseguíamos por la casa, la veíamos como a una tentadora presa que debía ser nuestra y competíamos entre nosotros que hasta no hacía muchas horas habíamos sido tan amigos que parecíamos familia. Ahora nos tirábamos con lo que teníamos a mano para obstaculizarnos el camino hacia Zulaikhah, hasta que nada nos impidió llegar a ella y dimos todos a un gran jardín que estaba como suspendido en el aire.
En aquel jardín nos detuvimos expectantes y pendientes de lo que iba a hacer Zulaikhah. Ella tranquilamente trajo un saco lleno de espadas y sables, los cuales nos ofreció diciendo que quien saliera con vida del duelo sería su legítimo e indiscutible dueño. Al principio pensamos que se trataba de una broma pero su cara reflejaba seriedad y el tono de su voz era firme, por lo que la resolución venía en serio.
Así fue como nos miramos entre todos y por un impulso involuntario dimos nuestro consentimiento para participar en aquel peligroso juego del destino.  Hecho eso nos abalanzamos hacia el saco para retirar cada uno un sable o una espada. Yo me hice con un sable curvo y empecé a dar estocadas a diestra y siniestra.
Al cabo de una hora solo quedamos con vida dos. Ambos nos miramos a los ojos, allí donde antes hubo camaradería ahora había odio, rencor y un ansía loca de ser el ganador. Blandimos nuestras espadas con la mejor destreza que podíamos tener y fuimos muy parejos hasta que aproveché un leve descuido y me lancé con la espada en el alto, giré esquivando una estocada y le hundí mi espada en el corazón.
Al instante de sentir el frío hierro de mi espada mi camarada cayo sin vida a mis pies y yo sentía el enorme placer de haber resultado el vencedor, de ser el que se quedaría con Zulaikhah. Aunque al mismo tiempo sentía el amargo sabor de la culpa y del remordimiento, algo que en mi vida jamás podré olvidar.      
Finalizada la contienda y siendo yo el ganador Zulaikhah cumplió con su parte del trato. Ella me llevó hasta su habitación, sin importarle el reguero de sangre y muerte que había en su jardín, y se desprendió poco a poco de su atuendo. Una a una fueron cayendo sus prendas, primero la túnica y después su velo. Quedó ante mis ojos una hermosa creación, perfecta y única; una obra de arte que en ese instante era tan sólo mía.
Rápidamente corrí a sus brazos, la cobijé con mis besos y dejé mis huellas por todo su cuerpo. Después de gozar los minutos más gloriosos que pudiera vivir un hombre me dejé envolver por el sueño y estando profundamente dormido no me percaté del momento en el que Zulaikhah dejaba nuestro lecho y se dirigía a la cocina. Allí la encontré al despuntar el día y nada más entrar me dijo:

—Tómate este café te limpiara lo que haya quedado de lo que bebiste ayer  —Estiró el brazo haciéndome llegar el pocillo de café—, después vístete y prepárate para asumir la responsabilidad de tus actos, pues varios de los muertos que hay en el jardín son tuyos  —Señaló abriendo las puertas que daban al jardín y añadió—: Podrás irte lejos pero la sombra de la culpa te seguirá pues las personas cuyas vidas tomaste, por el afán tus fantasías, ahora son fantasmas que te perseguirán de por  vida. Llegaras inclusive a pensar que hubiera sido mejor yacer sin vida en el jardín que del duelo vencedor salir.   

Acto seguido se retiró de la cocina, se dirigió a la habitación para cambiarse y me dejó sin saber que responder. Mientras tanto yo me acerqué con pies de plomo al jardín y contemplé horrorizado la escena que relataba lo que había sucedido la noche anterior. Allí mismo se me congelaron los pies, me quedé inmóvil viendo tanta sangre esparcida y tantos cuerpos despedazados. Los que allí yacían no eran desconocidos, eran mis amigos y no habían muerto por una guerra sino por la lujuria. Eran los deseos más oscuros los que los habían llevado a la perdición y aunque yo me encontraba con vida no escapa de esa suerte. También a mí me perseguía la perdición puesto que mi alma se había corrompido y aunque a partir de ahora llevara una vida marcada por la rectitud y la eterna meditación ya no había retorno para lo que estaba hecho.
Perdido en mis pensamientos no me di cuenta de que Zulaikhah había salido al jardín. Cuando me percaté de su presencia ella se estaba subiendo a su caballo negro como una noche cerrada y se disponía a partir raudamente. Al ver que yo la miraba atónito y perplejo; porque no podía creer que se fuera como si nada hubiera pasado, Zulaikhah me dedicó una sonrisa un tanto despreocupada, desenvuelta y seductora y me volvió a decir:

—Esto es responsabilidad tuya  —Respiro profundamente y agrego—, te dejaste llevar por las pasiones y estas son las consecuencias. Espero tengas menor suerte la próxima vez. Y siempre ten presente que tus actos son vigilados y que los de arriba te ponen siempre a prueba para que te vayas, día a día, convirtiendo en alguien más sabio.     

Luego de pronunciar sus últimas palabras arrió su caballo y partió a la velocidad de la luz. Una densa niebla, como nunca se había visto en el desierto, envolvió a Zulaikhah y la hizo desaparecer de mi vista. Cuando ya no la vi más me quedé pensando en sus últimas palabras y me recorrió un escalofrío cuando llegué a la conclusión de que lo que había tenido como mío era nada más ni nada menos que un Djinn[3], que se divirtió con nosotros o se materializó para darnos un lección.
Mi fe y mi corazón, que creía intactos, no pudieron frenar el ímpetu de mis deseos. Me ganaron las pasiones y me perdí en mi delirio, en mi irracionalidad. Espero que en el futuro pueda mi culpa expiar, por tal motivo he decidido retirarme de la escena pública y consagrarme a la meditación. Deseo que Alá tenga a bien acortar mi sufrimiento y reconfortar mi alma, por eso a la búsqueda de ese alivio entrego hoy mi vida.    

Fin


Alexiss Mocçia®




[1] Bebida alcohólica árabe destilada e incolora que es habitual mezclar con té y/o con jugos.

[2] Pastel árabe elaborado con nueces trituradas, distribuida en la pasta filo y bañado en almíbar o jarabe de miel.

[3] Genio, ser fantástico de la mitología semítica. En las antiguas tradiciones se consideraba, que según su carácter, podían atacar o ayudar al ser humano. Para los musulmanes son seres creados de fuego sin humo, dotados como el ser humano para elegir entre obedecer a Dios o al demonio Iblís (considerado genio o ángel caído). Estos seres son vistos por algunos como tentadores del desierto o ladrones nocturnos, pero también se considera que suelen poner a prueba a los creyentes para comprobar si pueden ser alejados o no de Alá. Y a diferencia de los ángeles comparten el mundo físico con los seres humanos y son tangibles, si bien pueden ser invisibles o presentarse en distintas formas; se piensa de hecho que los humanos y los genios pueden casarse y tener hijos. Existe también la creencia de que estos genios puede ser dominados a través de objetos (Ej: el genio de la lámpara de Aladino).      

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