jueves, 20 de octubre de 2016

Vivas nos queremos, Vivas nos merecemos:


En otra ocasión en este mismo espacio hablé de la marcha de #niunamenos haciendo hincapié en los diferentes tipos de violencia de género y que incluso entre nosotras mismas nos violentamos y di mi punto de visto sobre qué cosas me gustaría que cambiásemos.
Y hace poco en otra red social me manifesté en contra de las pintadas que se dieron en Rosario con motivo al “Encuentro Nacional de Mujeres” y obviamente muchos de mis contactos, (mujeres que habían participado del evento y otras que no pero con espíritu igualmente feminista), se manifestaron en sus muros en contra de los que hablaban de las pintadas. Las que respondían a los que hicimos notar lo de las paredes, nos tachaban de que no nos importaba que se estuviesen muriendo mujeres día tras día, desde las que mueren por abortos hasta las que son víctimas de la violencia de género y terminan asesinadas, nos trataron de “cuasi traidoras” a nuestro colectivo de género, de seguir apoyando al patriarcado y de ser serviles tanto a una religión como al Estado que desde hace mucho no se preocupa por las mujeres y sus derechos y está ausente. Y obviamente llamaron a que nos sumásemos a la marcha y paro de mujeres que se está hizo ayer, nos convocaban a indignarnos por los feminicidios cada vez más cruentos y que van en aumento en este último tiempo. Al mismo tiempo que nos decían que como mujer hay que “emponderarse”, tomar nuestra libertad, nuestros derechos, defenderlos y luchar porque todas tengamos esos derechos y se nos respeten ante la ley y ante todos. En otras palabras se nos pedía, y pide, vivir esa libertad y defenderla.
Por eso desde ese “emponderamiento”, desde mi libertad, es que quiero hablarles hoy.
Soy mujer, soy cristiana. Creo en el alma, por lo que considero que se es persona desde el momento mismo de la concepción pero no por eso estoy en contra del aborto legal. Porque sé que una cosa es la creencia que tengo y que aplico a mi vida, y otra muy distinto es lo que la ley debe amparar. La ley tiene que estar, para que mujeres con la misma libertad con la que yo me paro y digo “no abortaría”, puedan decir “quiero abortar” y lo hagan sin morir ni ir presas.
Soy mujer, soy bisexual. No he tenido problemas con mi familia, porque he tenido la suerte de que me aman más allá de mi orientación sexual, porque me aceptan como hija, porque mi madre tenía la frase que marca mucho en mi vida: “se vos, se libre”. Pero si me he topado con comentarios discriminatorios tantos de parte de heterosexuales como mismo dentro de la comunidad LGBTQ. Hoy en día aún se sigue viendo la bisexualidad desde el prejuicio, al igual que la transexualidad, y por eso puedo decir que la violencia de género se da entre las mujeres también. Cuando tratamos a otras de “putas” cuando decimos que por bisexual es “viciosa” o está con ambos sexos a la vez. Cuando le decimos que es una etapa, que no sabe amar, y cuanta cosa se nos ocurra solamente porque ignoramos la situación, el concepto o no respetamos generamos violencia y nos cagamos en el colectivo de género. Lo mismo cuando determinamos que mujer, es solo aquella que ha nacido biológicamente como tal.
Soy mujer, y el machismo lo viví diferente. Recibí mucho el “marimacho”, “Carlito” cuando chica. A veces entre amigos, a veces de una amiga, solamente porque me gustaban cosas que se suponen son de chicos. Autos en vez de muñecas, jugar al fútbol o al básquet en vez de a la mamá, herramientas en vez de maquillajes. Me costó encajar en ese mundo que denominan “femenino”, (lleno de tacones, maquillaje, color rosa y movimientos delicados) y de todos modos no terminé de encanjar ya sea porque mi peso no me lo permitió o porque no renuncié (gracias al apoyo de mi familia) a lo que me gusta, y menos logré movimientos delicados o una voz suave.
No me gritaron muchas cosas en la calle, como sufrieron otras, más allá de algún silbido al andar en jeans o una guarangada al ir en un grupo de amigas. Tuve la suerte de que en mi recorrido para ir a la secundaria pasase por una comisaria, una sinagoga y algunos encargados de edificio ya me conociese (uno le gritó a un hombre grande cuando me silbo “podría ser tu hija), porque eso evitó que ciertos comentarios pasaran a cosas peores. También ayudó mi peso, porque me mantuvo lejos de ojos lascivos, manos largas, apoyadores de bulto y de la medida de “belleza” que se convertía en “carne”.
Sin embargo recibí otra cosificación o miradas, las de asco incluso a la hora de comprar ropa. Porque soy mujer y tengo sobrepeso. Y tuve que aprender a reírme de mi misma para que los insultos, chistes y miradas respecto a mi físico no me hicieran mierda y terminara suicidándome como lo han hecho algunas adolescentes o debatiéndome entre la anorexia o la bulimia.
Y tuve suerte de que en ese entonces no me había planteado mi sexualidad, de hecho andaba muy asexual dado que quien se fijaría en “alguien como yo”. Pues imaginen que según la mirada del otro, yo era “marimacho, chupasirios y con sobrepeso”, cómo hubiese sido si se enteraban de que además era bisexual.
Mas lamento haber caído en eso de señalar al otro que es diferente, y mirarlo mal. Por ese entonces gays y lesbianas se me hacían raros porque así quería hacérnoslo sentir la sociedad. Y no era por mi religión; puesto que en mi familia nunca hemos sido muy practicantes. Desde que a mi mamá por quedarse embarazada se la tildara de “prostituta” y prácticamente se tuviese que casar por el que dirán, o que mi papá, por ser luterano, tuviese que firma un documento en el que se comprometía a que los hijos que tuviese iban a ser católicos bien supimos separar religión de fe . Y nos quedamos solo con la fe, esa que no hace distinciones, esa que respeta y no avasalla, esa por la que no queres convencer a nadie y que solo es tuya por elección y porque te sentís bien creyendo. Esa fe para la que todos somos iguales.
Por ende solo veía que eran raros por lo que la mirada del otro. Esa misma mirada que me juzgaba a mí, y que juzga permanentemente a hombres y mujeres a diario.
Esa misma mirada que parece inalterable a lo largo de los años, que nos dice a las mujeres “no salgan solas”, “vístanse de tal forma no de tal otra”, que le dice a los hombres “ustedes mandan”, “ustedes no lloran”, “ustedes son el sostén”.
Mirada que ve como algo extraordinario, y objeto de felicitaciones, algo tan natural que un hombre colabore en la casa. Misma mirada que cuando sucede una violación intenta culpar a la víctima, o se escandaliza si un nene eligió vestirse de princesa y una nena de superhéroe.
Aquella mirada no solo esta primada por una X religión sino por todo una construcción de sociedad que parece evolucionar a paso de tortuga. Y hoy en día aún debemos explicar cómo llegamos a puestos altos, porqué no queremos ser madres, o porqué si queremos serlo, porqué elegimos tal carrera y no otra.
Nos obliga a justificar el porqué usamos o no tacones, el porqué elegimos faldas o pantalones, el porqué nos maquillamos o no.
Aquella mirada nos interpela desde las publicidades y los medios de comunicación. La recibimos de nuestras familias y amigos. Aún recuerdo como mi abuela se escandalizó porque quería hacer teatro y me dijo “pero vos no sos una cualquiera, porqué queres meterte en eso”.
Es una mirada que nos aterra, nos hace vivir con miedo y dar pasos cautelosos. Es la que nos hace preguntarnos cada vez que viajamos solas, (aunque sea el simple recorrido del trabajo a la casa, o de la escuela a la casa), si vamos a llegar a salvo.
La que ha muchas las obliga a comprar silbatos, aprender defensa personal, y a otras a rezar y encomendarse a los ángeles. La que te saca las ganas de salir a bailar o te obliga a salir con alguien solo para volver enteras. También te hace temblar a la hora de entablar una relación porque no sabes si tu pareja, (sea un hombre o alguien de tu mismo sexo), no te mata en un descuido (o más bien en un arranque de odio).
Misma mirada que te hace reemplantearte los valores que te enseñaron, porque uno respeta pero de pronto se encuentra con un montón de “entes” u “individuos” que no respetan nada y que parecen entender cuando todo se prendió fuego o se pintó.
Y no me parece justo que se tenga que salir a reclamar lo que ya está dado, porque mujer es tan solo mi género, mi cuerpo pero ante todo soy una persona que desde el momento en que nací fui dotada de derechos y obligaciones. Tengo la obligación de respetar y el derecho a ser respetada. Tengo el deber de escuchar y el derecho a ser escuchada.
Por ello desde mi lugar, desde mi libertad afirmo que: ya basta de anotar nombres de mujeres día tras día en la listas de muertes por violencia de género, basta de encontrar mujeres en zanjas, caminos, bolsas. Basta de preguntarnos si bebía, se drogaba, no estudiaba cuando son violadas. Basta de decirle tenemos las manos atadas cuando hacemos una denuncia por maltrato. Basta de ver a nuestro agresor salir incluso antes de que terminemos de hacer la denuncia. Basta de vivir con miedo. Basta de tener que rogar por volver a casa sana y agradecerlo cada vez que entro a mi hogar. Basta de Lucías y Melinas que tengamos que llorar. Basta de una justicia tan ciega que no ve nada y no dice nada. Basta de impunidad. Basta de machismo. Y basta de aquellas que se refugian en el colectivo “mujer” para justificar algunas cosas.
Anteriormente, y para ir finalizando, las mujeres que pelearon por el voto y nuestra inserción en materia política tuvieron que definirnos. Y lo hicieron desde una paradoja, nos presentaron como diferentes e iguales. Hoy eso también debe de ser contemplado porque somos diferentes, dado nuestro género, pero somos iguales en derechos, dado nuestra especie (ser humano).
Hoy me empondero desde mi lugar de mujer, bisexual, cristiana, gordita, persona.
Hoy digo #niunamenos. Hoy las invito mujeres a ser ustedes, a ser libres y proteger esa libertad y esa identidad. Porque vivas nos queremos y vivas nos merecemos.