martes, 14 de abril de 2015

Fatum



La realidad se mezcla con la fantasía, cuando se trata de esa loca sintonía. Grita tu piel y la mía que no se termine jamás esta sinfonía.
Son tus suspiros y los míos los que sirven de hilo. Son tus jadeos y los míos los que hablan del destino.
Es sentirte mía y es sentirme tuya. Es perderme y encontrarme. Son tu alma y la mía que parecen reconocerse de otra vida.
Es tu historia y la mía, tan igual y tan distinta. Es la lejanía la que burlamos todos los días. Es la geografía la ley que domina. Pero es tu caricia y la mía la que rompen fronteras y acortan distancias.
Es único, complejo y nuestro; tanto los «te quiero» como los «te amo». Es única, compleja y nuestra la forma de sentirnos y de entregarnos.
Es apostar a lo seguro y al riesgo. Es estar entre la euforia y el miedo. Es la esperanza de que reviva Alejandría y que Alejandría aliente la esperanza.
Es pensar una libertad de a dos, una felicidad de a dos. Es temer que esto se termine, o que en un bonito sueño quede.
Pero niégame que me queres, que te sentís mía y me sentís tuya. Niégame que te acostas pensando en mí y te levantas nombrándome.
Niégame que sentís que esta locura es coherente. Niégame que cuando no hablamos no te tiembla el ser.
Niégame que te estremeces al escuchar mi voz. Niégame que aunque ciegas las dos nos sabremos reconocer.
Niégame que tu alma y la mía están partidas en dos, y una parte la tengo yo y la otra la tenés vos.
Ves no podes negar que esto nos trasciende, nos aterra, nos envuelve y nos deja perplejas.  Ves ni vos ni yo podemos negar que hoy nos amamos.
Ambas siendo caballero y princesa a la vez. Ambas con la certeza de que hoy Alejandría le pertenece a la Esperanza y la Esperanza a Alejandría.

 Alexiss Mocçia®

(El crédito no es mío)

domingo, 12 de abril de 2015

Melancolía nocturna


Pienso en el frío de la noche en todas aquellas cosas que he pasado desde niña hasta el día de hoy. Y contemplo la mujer en la que me he convertido con mezcla de miedo y asombro. Me asombra el crecimiento que veo, los detalles que pueden pasarsele a cualquiera pero que para mí adquieren importancia tangible y sentida. Veo con asombro los pasos seguros que doy ahora ante lo que me ponga la vida en el camino, como mi intuición hoy tiene más fuerza y más peso. Me asombra descubrir como el cosmos y mi madre me hablan a través de personas, de poemas y de música. 
Veo con asombro como crece mi escritura y como se achican mis dudas, pero igual ronda el miedo cada vez que me ataca la nostalgia. 
Hoy justamente es uno de esos días, el frío ha calado hondo y me ha puesto a pensar. Y pensar es bueno cuando no esta teñido de oscuridad el camino. Y sé que hay una fuerte luz violeta que me protege y que si lee esto no le gustara, pero hay días en los que nadie puede evitar esto que me sucede para hacerme poner los pies sobre la tierra.
Y es así como entre toda la algarabía que me invade por lo bueno que me va pasando, ha un dejo de recuerdos que gritan desbocados que ciertas cosas mías jamás podrían ser amadas. Y realmente si las hay, y so feas o mejor dicho me hacen sentir fea.
Como dije en ocasiones las angustias me las he comido y hoy ese mal habito dejo su huella. Y no es solo el peso que voy a necesitar perder, o la inseguridad que se marcó en mi ser. Sino también son las cicatrices que adornan mi piel, que son tatuaje y que duelen en la desnudez. Verme no me gusta en lo absoluto y sé que quien me vea tampoco amará esa parte de mí.
Tengo caminos entre blanquecinos y rosados que le ha aparecido a otras al dar a luz a los milagros pero que en mí aparecieron por ser tan tonta y descuidada que no previó que alguna vez podría ser deseada.
Huyo de las cámaras, de la mirada, de la playa atestada de gente. Soy de las que usa short y remera para darse un chapuzón en la piscina, la que no se mira mucho cuando se baña y la que solo ve con buenos ojos sus labios pero que detesta todo lo demás.
Por eso es que no puedo creerme las palabras gentiles que dicen que soy hermosa, por eso no estoy segura de muchas cosas. Por eso no me veo en cuadros de arte a menos que sean de Botero o en esculturas que no sean las etruscas. Soy robusta, rustica, maciza, ojos marrón profundo y la altura un poco más que un hobbit.
Tengo sendos caminos que marcan que mi piel se ha estirado demasiado y sendas dudas de que alguien quiera besar semejante esperpento. No me gusto y aunque cambie como lo vengo haciendo falta solo una noche fría para que recuerde el porqué soy distante para algunas cosas.   
Falta solo una noche de nostalgia y melancolía para que recuerde que de hermosa solo tengo la sonrisa, y que nadie se sentirá complacido de conocer lo que hay debajo de mi camisa.
Perdón luna por caer de nuevo en esta tortura, perdón peregrino de los campos de violeta por perder la calma en esta noche; pero ya debes saber que el frío tiene este efecto en mí. 
El frío, mi frío mejor dicho trae nostalgias, melancolías y fantasmas...

Alexiss Mocçia®

viernes, 10 de abril de 2015

Es…un dulce no sé



Es tu voz el dulce viento que me calma.
Es la brisa que refresca mi alma.
Son tus ojos los luceros,
que hacen mi día más ameno.

Es tu aroma a cítrico y menta
que aunque no lo perciba de cerca  
de alguna manera me llega
y de algún modo me completa.

Es ese «te quiero»,
que se siente sincero.
Es robarle una caricia al tiempo,
y pensar que este camino estaba preparado.

Es mezclar la razón con la locura.
Es desear ser Neruda,
para bordar un poema en tu cintura.

Es desear que no dejes de ser mi musa.
Es agradecer que mi métier sea la escritura.
Es sentirte egoístamente mía
 y sentirme sencillamente tuya.

Es ver cómo te adueñas,
de la esencia de las violetas;
y sabes hacer relucir el ámbar que me caracteriza.

Es sentir que no hay explicación
para tanta compresión.
Pero al mismo tiempo sentir cómo ese dulce «no sé»
nos llena a ambas de satisfacción y placer.

Alexiss Mocçia®

(El crédito de la imagen no es mío)

lunes, 6 de abril de 2015

Cuando se oculta el sol


Te imagino cerca de mí, paseando por la orilla del río. Palabras sin sentido tejen nuestro primer dialogo cara a cara. La brisa del viento nos despeina el pelo y provoca la primera risa de mi boca. Es que ver los esfuerzos que haces para no arruinar el momento, te hacen ante mis ojos lo más adorable que conociese.
Bufón te definiste una vez para mí y si eso es sinónimo de alegría y plenitud, bienvenido que lo seas entonces. Pensando en eso siento tu mano tomando la mía y tiemblo ante ese contacto, esperado, anhelado pero que por sorpresa me ha tomado.
Ahora sos vos la que se ríe al percatarse de mi sonrojo, de esa mueca tímida que no quiere convertirse en sonrisa para no delatarse. Mueca que me traiciona cuando lleva brillo a mí mirar.
Y ríes entre divertida y nerviosa, porque por sentir que estoy perdiendo voy subiendo mi mano por tu brazo y me llego hasta tu cuello. Lo acarició despacio para sentir como tu corazón golpea fuerte en tu garganta. Estoy segura que si te preguntase algo no te saldrían las palabras para contestarme. Sin embargo poco me importan en este momento las palabras, ya hemos dicho bastantes.
Por eso calló yo también y sigo mi recorrido hasta tu mejilla, mientras siento tus manos en mi cintura aferrándose con esa fuerza tan tuya.
Mis dedos delinean tus labios conscientes de que el tiempo es relativo, que todo puede desaparecer si no se sabe memorizar el momento. Y tus manos lo saben también por eso juegan con mis costados, mientras nuestros rostros se dan a la tarea de acortar la distancia, mínima, que había entre tu boca y la mía.    
No falta, en ese encuentro esperado, un suspiro que se nos escapa. Suspiro que lleva la osadía de Alejandría y el color de la esperanza. Suspiro que resume prisas, ansías y la sensación de estar en casa.

Un suspiro que permite que tu lengua se encuentre con la mía y vuelva a definir qué es la poesía. Y al terminar nuestro beso el sol se comienza a ocultar mezclando, entre el cielo y el agua, el violeta con el ámbar. 
Alexiss Mocçia®

(El crédito de la imagen no es mío)

viernes, 3 de abril de 2015

Crónica de un caminante


Era un día cualquiera, tan parecido a otros que ya había vivido. No iba a ser diferente, otra vez me sentiría estancado, otra vez caminaría sin rumbo por ningún lado. Otra vez las calles me parecerían las mismas, sin vida, sin luz, sin nada que mereciese la pena, que mereciese la vida. Otra vez se repetía la historia y amar a quien no debía parecía mi estigma, mi condena,
Otra vez los fantasmas se me agigantaban y me decían «no vales nada». Otra vez se morían las palabras en mi garganta. Otra vez la impotencia era mi compañía. Siempre ha viajado conmigo, desde que tengo uso de razón la impotencia, la ira contenida han estado en mi maleta. De ahí los puños apretados, las mandíbulas dolientes, las lagrimas sufrientes que se escapaban en sueños y llamaban a alguien sin nombre, a alguien que no respondía, que no estaba.
Y por esas épocas me deslumbraban muchos falsos soles, muchas mentiras blancas, muchas publicidades de neón. Y por esas fechas yo mentía, como mienten otros, como hacen muchos. Pero lo peor es cuando caía en creerme esa mentira. Pequé de tonto, de Pierrot, de roto espejo que no refleja nada. Me estanqué, me inventé una realidad que terminaba por atraparme en un rol que no era mío ni por asomo.
Caminando así fui perdiendo la confianza en tiempo mejores, en que merecía la felicidad, en que no habría ausencias que contar. Comencé a tener miedo de la noche, a amar los desvelos solo por el hecho de que despierta podía huir de aquello a lo que temía enfrentar. Mis sueños eran pesadillas, mi humor era la de un perro abandonado, que saca los dientes solo para defenderse de todo lo que cree lo puede lastimar.
Y ahí estaba yo, sin rumbo, sin saber qué hacer. Descubriendo que había más debajo en mi ser, algo de lo que no quería ni saber, ni entender. Tuve que detener mi caminar, llorar de más y jugarme a hablar de que no siempre he sido yo. Hablar de que había algo distinto, algo que me llamó la atención hace mucho pero solo al tocar fondo me atrevía a confesar, a admitir.
Es entonces que en este proceso di con una curva, tomé un camino que no imaginé jamás o más bien en el que no había reparado por andar mintiendo, por andar ocultando partes de mí. Esa curva me trajo paz, me hizo pensar.
Aquella curva me hizo temblar, me traspasó la piel y entonces la realidad me alcanzó. Y al hacerlo me dijo «esta sos vos, aceptate». No negaré que me asusté e intenté volver a huir, pero una mano se choco con la mía una tarde cualquiera. Andábamos leyendo las mismas cosas, comentándolas sin relacionarnos para nada. Pero la mirada parecía la misma y eso me sorprendió.
Hacía rato que había comenzado a dudar que alguien pudiese ver más allá de lo que estaba escrito, por lo que encontrarme con alguien que oficiaba de hacer lo mismo que a mí me gustaba capto mi atención. Y pasé a seguirla en un camino unidireccional, a leer que podía en dos frases sintetizar a Platón, a Lorca, a una rosa. Que entendía de dolores y amarguras.
Se sentía como que aunque no nos conociésemos sus palabras eran las que yo no me atrevía a decir. Estancada en el rol de alguien formal, nunca tuve la fuerza para mandar por donde vino a alguien. Siempre cubrí mi palabra de metáforas muy rebuscadas, y en cambio ella escribía directo; no eran vulgaridades sino simplezas con sentimiento palpable. Y solo un ciego no sabría qué escondían esas palabras. Y comencé un habito del que no me cansaría, leer, perderme en esas oraciones. Y sorpresa fue saber que ella daba al tiempo conmigo, que comenzaba a seguirme, que me leía y luego me comentaba.
Era estar esperando por ese intercambio de nomas que unas cuantas palabras, que luego se transformaron en oraciones más largas y con el tiempo fueron desvelos acompañados. Conversaciones que develaban lo poco y necesario, que me servían para no caer, para escribir, para renacer. Pero parecía que la estaba idolatrando, que otra vez salía de mi lo idílico y el temor de que todo fuese un sueño me dijo «que tal si esta vez dejas lugar para lo real, no hay nada que perder con probar esta vez mostrarte como sos y permitirle al otro hacer lo mismo».
Y por vez primera le hice caso a ese miedo, que venía de varios intentos fallidos en los que no me habían visto de verdad, o en las que yo no los había visto a ellos de forma real. Así las conversaciones se volvieron testamentos para mostrarle que yo no era un cuento, que por más hadas que adornen mis palabras no soy más que una mujer, que a la noche quiere gritar al mirar la oscuridad. Que todavía tiene miedo, que no cree que es hermosa, que perdió la confianza en muchas cosas. Que tiene complejo de príncipe errante, pero es también una princesa prisionera. Tengo algo de guerrera y de maquivelica. Tengo narcisismo de a ratos y en otros me siento un trapo.
Tengo defectos que en ocasiones han tapado mis virtudes, he vivido y he soñado. He anhelado y he perdido. He nacido con algo que me dolía en las entrañas, saber que no había sido planeada. He nacido pensando que le debía a mis padres el haberme aceptado.
He crecido pensando que la gente es buena pero tiende a hacer daño, perdoné más de lo que me han perdonado. Di explicaciones a quienes no debía, y ayudé a quien no lo pedía ni agradecerlo sabía.
Terminé creyendo que mi rol era ser el saco de boxeo de aquel que la pasa mal. Terminé creyendo que me dejaban por alguien mejor, que era tonta por esperar. Terminé creyendo que algo conmigo estaba mal, que no despertaba esa curiosidad que te hace querer saber más. Que de mi solo pedían amistad, que era fea a los ojos de los demás.
Hice de mi intelecto mi armamento, me defendí con argumentos, levanté banderas que se volvieron fortalezas. Me llené la mochila de cosas no dichas, de omisiones, de tonterías. Me refugié en la fantasía, cree un mundo de arcilla. Y cuando me atrevía a ser valiente mi madre partía. La vida me decía «esperaste mucho, este es el precio a pagar por no haber crecido de verdad».
Se cerraba otra vez mi garganta, las palabras morían, la ira volvía. Me hablaban de tiempo, de curar y yo solo podía llorar. Odié las fotos, los recuerdos, las palabras dichas,el olvidar el sonido de una voz.
El volver a casa y saber que no habría té que compartir, charlas que entablar ni abrazos que dar. Que el «buenas noches» con un beso ya no estaría para mí ni para nadie más.
Y otra vez comencé a creer en falsos ídolos de cristal. Personas en las que quería perderme, y sino fuera que para algunas cosas mi cuerpo se resistía y me decía «espera», hace rato que sería una más en alguna agenda de algún don juan.
Fue entonces que abriéndome a ella y mostrandole que era simple, común y corriente, que lo bello solo era lo que escribía no lo que vivía; me abrí camino en su vida. Me mostró sus heridas, y sus batallas tanto las ganadas como las perdidas. Y si para mí era bella por lo que pensaba, cuando se mostró tal cual era, se hizo más bella.
Y busqué entonces entre los adjetivos que conocía alguno para denominarla, para que al decirlo solo pudiese referirme a ella. Terminé así acudiendo a otro idioma, al que venía de mis raíces, esas que había olvidado porque me hacían recordar el dolor de ya no tener a mi vieja* . Y fue el italiano con su Piú Bella el elegido para tal empresa.
Y así al hacérselo llegar por escrito me sonrojé y sentí que invadía su espacio, quizás sin permiso pero era lo que sentía. Y cuando se lo dije por audio fue más placer que vergüenza, lo que de mi se apoderó. 
Después le siguió el aroma de las violetas que asocié perfectamente con ella, al saber su significado, al ser junto a las rosas blancas mi flor favorita. Y hoy todo eso se tiñe incluso de cierto verde que solo habla de la calidez que me invade cada vez que coincido con ella, que nos perdemos en charlas sin importar que las horas pasan, o si al otro día seremos mapaches o zombies. 
Y es tanta la familiaridad que ya la siento como si fuese mi casa, me gusta darle la bienvenida o que sea ella la que me lo de. Me gusta saber que la cuido, que puedo escucharla, que estoy allí para ella. Me gusta enviarle abrazos, besos y ahora decirle que la quiero. Me gustan sus hoyuelos, sus risas, su tatuaje y su frescura.
Me fascina la luz que parpadea intermitente en sus ojos, esos que dicen todo incluso lo que ella no quiere que se sepa. Y puede ser en un vídeo, en una imagen o en una vídeo-conferencia pero ellos me cuentan, me gritan su verdad. Debo admitir en esta parte, que me gusta que ellos me reconozcan, que sepan que en mi pueden confiar, que yo los sabre leer y entender. 
Aquello hace que al escribir deje pistas de que pienso en ella, en su alma, en sus heridas, en sus ojos, en lo que calla y en lo que cuenta. Y me importa todo, su día a día, sus peleas, sus agonías y sus alegrías. Y me gusta ser parte de esa calma que de a ratos puedo hacerle llegar, y me gusta saber qué come, con qué sueña, cómo le ha ido en la oficina.
Me gusta poder contarle mis cosas, poder hablarle casi como si fuera de mi mismo lugar. A veces ni me lo pienso le digo palabras que en mi país se usan siempre, y luego me siento feliz de poder explicárselas. Ya que eso hace que las charlas siempre sean largas, que haya preguntas de ambos lados y no importa si es algo tonto como qué es el mate, o si es algo más serio como por qué estas enojada o por qué estás a punto de llorar; lo importarte es hacerse notar en la vida de la una y de la otra.
Es escuchar alguna canción y pensar «quizás a ella le guste», y dársela con la intensión de que sepa que estuvo en mi pensamiento. Es sonreír al leer sus mensajes, es no saber explicar por qué estoy más radiante. Es entender mi locura a través de sus ojos, es mostraerle que entiendo la suya.
Es reflejarse una en la otra y no poder contestar a esa pregunta ¿qué vio en mí para estar apostando tanto?, pero saber que pase lo que pase eso no cambiara ni tantito. Es apreciar cada detalle, y atesorarlo como si siempre se tratase de un nuevo descubrimiento.
Es encontrar encantador y ameno hasta los silencios que parecen conjugarse cómodamente para que grabemos los diferentes rasgos de nuestros rostros y nuestras expresiones. Es sentirse tonto y sabio a la vez, caballero y princesa al mismo tiempo. Es abrazar la fuerza y la fragilidad, es codearse con la realidad y la fantasía. Es escribir como si la vida se te fuera en ello y recuperar el aliento en la misma tarea.
Es sentir su ausencia, por más mínima que sea, como un tormento y su vuelta como un gran regreso. Es darse siempre la bienvenida y disfrazar el miedo de perderla en un «cuídate». Es por eso y por más que le escribo esto, a ella y a quien quiera leerlo. Para que sepan que en la vida todo tiene su tiempo, y aunque el destino no sea amigo de los desvalidos a veces teje caminos por los que uno aprende a ver la luna y apreciarla más que al sol. Caminos que te hacen topar con violetas que encienden tu vida, con rosas que creías pedidas. Caminos que te devuelven la dicha, la paz y la armonía. Caminos que te inspiran y gritan «Ve por más, que aún estas viva». 
Esos caminos son los que a mí me gusta recorrer, son por los que me detengo a escribir esta crónica, son los que me mueven a contarles que hoy soy otra; porque mi camino se cruzó con el destino, porque alguien más apuesta por un tiempo compartido...

Alexiss Mocçia®

(El crédito de la imagen no es mío)