miércoles, 1 de julio de 2015

El señor de los ojos del fuego:



Su oscuridad era tanta que las sombras le temían más a él que él a ellas. Sus ojos tenía el color del fuego y por las calles caminaba taciturno perdido en sus pensamientos. Había perdido hacía tiempo su humanidad pero los recuerdos aún dolían en ese negrecido corazón. 

Para amar había nacido pero el infortunio a temprana edad había hecho su aparición, se llevaron pronto su sueño de ser padre y esposo, al irse su mujer dando a luz. El dolor lo volvió frío como el hielo, lo aisló de la gente y en gris comenzó a verlo todo.

Se fueron apagando sus ganas de sonreír, de hablar, de aprender. Se alejó del mar que era su segunda casa y empezó a caminar por las noches entre viejas callejas y callejones. Pronto la agresividad fue su fue el motor que lo mantenía con vida pero lo hacía despreciable para los demás.

Se daba a los excesos en esas noches, una fiesta en un bar de mala muerte, el olor a brandy y el botón abierto de su pantalón eran la clara evidencia de que había pasando su insomnio en la cama de alguna extraña tratando de olvidar quién era en vida y quién faltaba en ella.

Noches que lamentaba al día siguiente cuando el retrato de esa belleza de piel canela y ojos avellanas salía de su cartera. Lagrimas salía de sus ojos al darse cuenta lo desdichado que en verdad era.

De qué servía embestir a toda mujer que se le cruzaba si solo era un cascarón vacío, un envase sin corazón que nada sentía, si su amor real ya no estaba con él. La única con la que había descubierto la belleza de hacer el amor, con la que aprendió el arte de la entrega, la mujer de su vida que le enseñó a re definir la poesía en la vida, en la cama, en el día a día.   

Sin su Cleopatra, como le gustaba llamarla, él era un emperador sin trono, un Marco Antonio sin el valor de dejarse morir. Un hazme reír del hombre que fue, del poeta, del escritor, del comerciante que hablaba de amor en cada uno de sus viajes.  

Por eso la noche era su compañera, las fiestas su faena, la agresividad su soplo de vida. Su instinto lo que le permitía vivir, un hombre que pronto fue mutando y se convirtió en lobo asechando por las calles de París. Un paria, algo parecido a un Pierrot que en el último minuto de su vida aullando a la luna pidió ser mujer en la otra vida para ser él quien diera luz vida y su amor no tuviera otra vez que perecer. 

Sí aún algo de su esencia soñadora quedaba y eso le hacía creer que volvería a ver a su belleza de piel canela y ojos avellana. Y otras vez se contaría los andares de una Cleopatra y un Marco Antonio, no los de Egipto y Roma, si no los de dos amantes que saben vencer los tiempos y la historia y reencontrarse en cada vuelta de reloj. 

Un reloj que no es el que llevas en la muñeca amigo lector, este es un reloj relativo que marca ciclos, lo rige el Padre Tiempo, esta en el espacio infinito que muchos llaman universo, cielo, y espera por nuestras almas. 

Y al final de este relato les dejo mi conclusión: ¿Sería lindo vivir un amor así de total, con esa certeza de que lo seguirás encontrando una y otra vez?, ¿creen acaso que él pudo dar con ella en esta vida?, ¿se habrán reconocido?, ¿qué envases creen que ellos traerían si coincidieron en este siglo?...

Alexiss Mocçia® 

(El crédito de la imagen no es mío)

2 comentarios:

  1. El encuentro de almas gemelas, de historias inconclusas, de un reencuentro, vidas pasadas, presentes palpables, futuros muy lejanos, si, si lo creo, hoy más que nunca se que existen y que se reencuentran una y otra vez, hasta llegar al punto climax de su encuentro, son ahora momentos hermosos, vidas pasadas con presentes prometedores, en donde juega un papel importante la convicción de ambas partes

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    1. Me gusta mucho que hayas podido ver ese reencuentro de almas y lo creeas posible. Y por sobre todo me alegro que te haya gustado este relato.

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