No soy de reflexionar en mis
cumpleaños o bueno si desde los últimos años más que nada porque no había otra
cosa que hacer, que pensar. No los festejaba desde hacía 5 años, pues no creía
que algo tuviese que ser festejado.
Este año fue diferente porque las
personas a mi alrededor me dieron motivos suficientes para apreciar este día,
para celebrar la vida. Me animaron a sonreír con ganas, empezando por mi
hermana que se tomó la molestia de armarme una sorpresa que me lleno el alma,
todo en complicidad con mi papá al que también le agradezco mucho.
Mas lo que me tiene aquí escribiendo
una reflexión, que de seguro termina en testamento, es ver qué ha sido de estas
26 primaveras. Y llego aquí a vislumbrar que he vivido entre lo idílico y lo
real.
Tiendo a idealizar es cierto,
porque soy de las que cree que el amor es hermoso, que la esencia del ser
humano es ayudar al otro. Soy de las que le gustan los abrazos con emoción, de esos
que no das todos los días, las miradas largas y las risas compartidas.
Creo en hadas, duendes, Dios y el
poder de las palabras. Pienso que todavía existe la lealtad, el amor a la
verdad y la justicia. Que el pecado más grande es la soberbia y el no haber
amado nunca. Y que el corazón más helado puede derretirse con una caricia.
Creo en la inocencia de un niño,
en los consejos de las madres y abuelas, en los regaños de los padres y en las
rabietas de un adolescente. Confío en el que te da la mano acompañando el gesto
con sus ojos. Y creo que tras un corazón ennegrecido aún habita la luz.
En eso soy idílica y no lo pienso
cambiar. Porque con eso escribo historias que llenan de ánimo a muchos, que les
ayuda a escapar por un rato de los rudos desafíos que te pone la vida. Y me
ayudan a mí con mis fantasmas y mis demonios. Me devuelven la palabras de mi
madre, las tardes de domingo paseando por ahí. Los mates con mi hermana mientras
filosofamos de todo y de nada. Charlas con amigos, mi risa de niña, mi alma de
soñadora y la inocencia que no se agota.
Sin embargo también he vivido en
lo real, sé de perdidas, de heridas y de soledades. De no sentirse útil, de no
saber para qué se vino al mundo. De no sentir que se lo quiere y agarrarse con
el primero que se cruza. De callar cuando había que gritar, de no luchar, de no
decir adiós a tiempo. De cambiar para agradar, de ocultar quien soy, de mentir
para no herir y también para vengarse.
Sé que hice cosas que hirieron a
otros, que mi hermana sufrió mucho por mi causa, que la soberbia anidó bastante
en mi casa y que aún ronda por la esquina. Que a veces he sido intolerante, y
no sabido qué hacer con el temperamento y pensamiento del otro.
Aprendí de golpes y caídas, y aún
me falta bastante recorrido. No soy tan fuerte como quisiese y sé que sin el
apoyo de mi familia estaría perdida. Hice de mi fe mi estandarte y mi bandera,
la fuerza que me mantiene viva y me impulsa adelante.
Tuve que llorar para saber que en
las malas encuentras las mejores salidas, que los amigos son para toda la vida
si los sabes distinguir de entre falsas investiduras. Aprendí que mi rima
mejoró al crecer, al liberarme, al mostrarme tal cual soy.
Aprendí de mis amigos, de mi
hermana, de mis padres y de mis amores perdidos. Todos han sido mis maestros y
a todos les estoy agradecido. Para mí son ángeles que se cruzaron en mi camino,
y no porque sean perfectos sino por esas imperfecciones que los hacen únicos,
singulares, auténticos.
Cada uno dejó su huella y muchos
la siguen dejando. Aprendo de sus errores, aprendo de sus certezas. Aprendo a
verme, a vislumbrar mis defectos y mis virtudes, a pedir perdón, a perdonar y a perdonarme. Aprendo a olvidar y dar vuelta la página, a la vez que recordar
para no volver a caer o para sentir un abrazo de ayer que me ayude a crecer.
Veo, gracias a ellos, mis errores y
mis miedos; los invito a pasar a sentarse en mi mesa y conversar. Es una
negociación de nunca acabar, que me dice estás viva, celebra, salta, canta. Levanta
la cabeza, pon en marcha tus pies, hay camino y hay fe.
Por eso a todos los que se han
cruzado conmigo alguna vez, que coincidimos en un café, en una charla, o en el
face; les doy gracias. Hoy soy un poco mejor que ayer, hoy tienen sentido las
palabras que me dijeron una vez: «Se vos, se libre».
Y
a los que siempre han estado conmigo les digo no me alcanzará la vida
para devolverles todo lo que me han dado, pero con estas palabras les doy
gracias infinitas por no bajar los brazos conmigo, por elegirme como hermana,
como hija, como amiga. Les debo a todos la vida, y no es exagerar porque para
alguien que escribe se renace en cada día que comienza, con cada nueva página
que se escribe y se piensa.
Por muchas más vida juntos, por
muchos renaceres distintos, divertidos, únicos, auténticos, emotivos en donde
se entrelacen lo real y lo idílico.
Con amor un Panda escritor.
(El crédito de la imagen no es mío)
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