Como todas las mañanas salí
con mi caravana a dar la recorrida matutina por las dunas del Sahara con el fin
de transportar mis productos hacia el mercado central de Marrakech. Los rayos
del sol nos daban directo a mis compañeros de ruta y a mí. No había sombra en
ninguna parte del recorrido y el calor iba en aumento, pero para nuestra suerte
ya estábamos acostumbrados además nuestras prendas estaban hechas para estos
largos viajes incluyendo nuestros turbantes.
Ni el viento que
arremolinaba la arena ni los abrasadores rayos del imponente sol podían con nosotros y nuestro trabajo. Mas
sin embargo ninguno estaba preparado para lo que vendría después.
Al aproximarnos a
Marrakech, cerca de un hermoso y deslumbrante oasis, una figura elegante y
serena envuelta en túnicas color sangre nos parecía estar esperando. A primera
vista creímos que era un comerciante que se había detenido para descansar y dar
de beber a los camellos de su caravana. Pero no había caravana, tan sólo un
caballo tan negro como la noche misma que relinchaba a unos metros de la
susodicha figura.
Al ir acercándonos y
agudizando nuestra vista la figura se tornó más clara y sin duda lo que
teníamos adelante no era un hombre sino una mujer, una hermosa mujer para ser
más preciso. Su cabello era rojizo y su piel tenía el color de la arena. Sus
ojos poseían el calor de las aguas del oasis, es decir verde cristalino, y sus
labios contenían el color de una rosa; algo blanca y algo rosa dependiendo de
cómo le diera la luz.
No pudimos al contemplarla
más que quedarnos hipnotizados y embrujados ante tanta belleza y pureza que
esta criatura, creada sin duda por Alá, irradiaba. Y fue mucho peor cuando
escuchamos su voz puesto que ésta era aterciopelada, majestuosa como sí en vez
de que hablara ella lo hiciesen los
ángeles. Ella nos dijo, sin que le preguntásemos, su nombre que no era otro que
Zulaikhah que por estos lares significa «la que maravilla a todos» y ese era
precisamente el efecto que causaba en todos nosotros.
Nos acercamos más y,
después de presentarnos, le preguntamos qué andaba haciendo sola por este
inhóspito lugar que muchas veces está lleno de rufianes y truhanes. Zulaikhah
nos respondió que no nos preocupáramos por ella, que sabía protegerse sola, es
más nos insinuó que en realidad nos debíamos preocupar por nosotros. En ese
momento no entendíamos a que se refería pero no tardaríamos mucho en
averiguarlo.
Encaprichados con ella
insistimos para que nos dijera qué estaba haciendo y si es que necesitaba ayuda
para algo. Zulaikhah esquivó varias veces nuestra pregunta y nuestro
ofrecimiento hasta que finalmente nos dijo que vivía en lo profundo del oasis,
que había salido a dar una vuelta en su caballo y que se había quedado ahí por
pura curiosidad pues quería saber quiénes se aproximaban al pueblo.
A continuación nos
ofrecimos a acompañarla a su casa con la escusa de conocer el oasis pero en
realidad no queríamos dejarle. Nuestras intenciones eran otras, cada uno de
nosotros quería dejar su huella en Zulaikhah y hasta me atrevo a decir que más
de uno la quería únicamente para sí mismo. Algunos fantaseaban inclusive con la
idea de marcarle a fuego su nombre para que el mundo supiese que era suya.
Zulaikhah aceptó de buen
grado que la acompañásemos y se puso muy feliz de que quisiéramos conocer su
bello oasis. Parecía tan ingenua, tan inocente y con una sonrisa bastante
tímida que cada vez caíamos más y más en un abismo. Y cada minuto que pasábamos
en su presencia se nos hacía más difícil el olvidarla. En retrospectiva me doy cuenta que esa era la
imagen que nos quería mostrar y que en el fondo sabía nuestras verdaderas
intensiones.
Acto seguido nos adentramos
lentamente en el oasis y con cada paso que dábamos la entrada al mismo se veía
cada vez más lejana y la salida no parecía presentarse nunca, al igual que la
casa de Zulaikhah. Lo que sí era evidente es que algo siniestro se apoderaba de
nosotros, algo que parecía darnos fuerza y renovarnos la energía pero a la vez
doblegaba nuestro espíritu cegando nuestro raciocinio. En pocas palabras ese
algo nos arrastraba a la locura.
Cansados ya de tanto
caminar por fin pudimos dar con la casa de Zulaikhah, quien nos agradeció el
que la hayamos acompañado y en recompensa nos hizo pasar. Ya adentro nos llevó
a un gran salón y nos convido un té con araq
y unos baklavas;
más a mí me pareció que dichos bocados o acaso dicho brebaje tenían algo más
que sus ingredientes habituales pues después de probarlos no supe dónde estaba,
quién era ni qué hacía.
Al terminar de beber nos
pusimos jocosos, nos desinhibimos y empezamos a insinuarnos a Zulaikhah. La
perseguíamos por la casa, la veíamos como a una tentadora presa que debía ser
nuestra y competíamos entre nosotros que hasta no hacía muchas horas habíamos
sido tan amigos que parecíamos familia. Ahora nos tirábamos con lo que teníamos
a mano para obstaculizarnos el camino hacia Zulaikhah, hasta que nada nos
impidió llegar a ella y dimos todos a un gran jardín que estaba como suspendido
en el aire.
En aquel jardín nos
detuvimos expectantes y pendientes de lo que iba a hacer Zulaikhah. Ella
tranquilamente trajo un saco lleno de espadas y sables, los cuales nos ofreció
diciendo que quien saliera con vida del duelo sería su legítimo e indiscutible
dueño. Al principio pensamos que se trataba de una broma pero su cara reflejaba
seriedad y el tono de su voz era firme, por lo que la resolución venía en
serio.
Así fue como nos miramos entre
todos y por un impulso involuntario dimos nuestro consentimiento para
participar en aquel peligroso juego del destino. Hecho eso nos abalanzamos hacia el saco para
retirar cada uno un sable o una espada. Yo me hice con un sable curvo y empecé
a dar estocadas a diestra y siniestra.
Al cabo de una hora solo
quedamos con vida dos. Ambos nos miramos a los ojos, allí donde antes hubo camaradería
ahora había odio, rencor y un ansía loca de ser el ganador. Blandimos nuestras
espadas con la mejor destreza que podíamos tener y fuimos muy parejos hasta que
aproveché un leve descuido y me lancé con la espada en el alto, giré esquivando
una estocada y le hundí mi espada en el corazón.
Al instante de sentir el
frío hierro de mi espada mi camarada cayo sin vida a mis pies y yo sentía el
enorme placer de haber resultado el vencedor, de ser el que se quedaría con
Zulaikhah. Aunque al mismo tiempo sentía el amargo sabor de la culpa y del
remordimiento, algo que en mi vida jamás podré olvidar.
Finalizada la contienda y
siendo yo el ganador Zulaikhah cumplió con su parte del trato. Ella me llevó
hasta su habitación, sin importarle el reguero de sangre y muerte que había en
su jardín, y se desprendió poco a poco de su atuendo. Una a una fueron cayendo
sus prendas, primero la túnica y después su velo. Quedó ante mis ojos una hermosa
creación, perfecta y única; una obra de arte que en ese instante era tan sólo
mía.
Rápidamente corrí a sus
brazos, la cobijé con mis besos y dejé mis huellas por todo su cuerpo. Después
de gozar los minutos más gloriosos que pudiera vivir un hombre me dejé envolver
por el sueño y estando profundamente dormido no me percaté del momento en el
que Zulaikhah dejaba nuestro lecho y se dirigía a la cocina. Allí la encontré
al despuntar el día y nada más entrar me dijo:
—Tómate este café te limpiara lo que haya quedado de lo que bebiste ayer —Estiró el brazo haciéndome llegar el pocillo de café—, después vístete y
prepárate para asumir la responsabilidad de tus actos, pues varios de los
muertos que hay en el jardín son tuyos —Señaló abriendo las puertas que daban
al jardín y añadió—: Podrás irte lejos pero la sombra de la culpa te seguirá
pues las personas cuyas vidas tomaste, por el afán tus fantasías, ahora son
fantasmas que te perseguirán de por vida. Llegaras inclusive a pensar que hubiera
sido mejor yacer sin vida en el jardín que del duelo vencedor salir.
Acto seguido se retiró de
la cocina, se dirigió a la habitación para cambiarse y me dejó sin saber que
responder. Mientras tanto yo me acerqué con pies de plomo al jardín y contemplé
horrorizado la escena que relataba lo que había sucedido la noche anterior.
Allí mismo se me congelaron los pies, me quedé inmóvil viendo tanta sangre
esparcida y tantos cuerpos despedazados. Los que allí yacían no eran
desconocidos, eran mis amigos y no habían muerto por una guerra sino por la
lujuria. Eran los deseos más oscuros los que los habían llevado a la perdición
y aunque yo me encontraba con vida no escapa de esa suerte. También a mí me
perseguía la perdición puesto que mi alma se había corrompido y aunque a partir
de ahora llevara una vida marcada por la rectitud y la eterna meditación ya no
había retorno para lo que estaba hecho.
Perdido en mis pensamientos
no me di cuenta de que Zulaikhah había salido al jardín. Cuando me percaté de
su presencia ella se estaba subiendo a su caballo negro como una noche cerrada
y se disponía a partir raudamente. Al ver que yo la miraba atónito y perplejo;
porque no podía creer que se fuera como si nada hubiera pasado, Zulaikhah me
dedicó una sonrisa un tanto despreocupada, desenvuelta y seductora y me volvió
a decir:
—Esto es responsabilidad tuya —Respiro profundamente y agrego—, te
dejaste llevar por las pasiones y estas son las consecuencias. Espero tengas
menor suerte la próxima vez. Y siempre ten presente que tus actos son vigilados
y que los de arriba te ponen siempre a prueba para que te vayas, día a día,
convirtiendo en alguien más sabio.
Luego de
pronunciar sus últimas palabras arrió su caballo y partió a la velocidad de la
luz. Una densa niebla, como nunca se había visto en el desierto, envolvió a
Zulaikhah y la hizo desaparecer de mi vista. Cuando ya no la vi más me quedé
pensando en sus últimas palabras y me recorrió un escalofrío cuando llegué a la
conclusión de que lo que había tenido como mío era nada más ni nada menos que
un Djinn,
que se divirtió con nosotros o se materializó para darnos un lección.
Mi fe y mi
corazón, que creía intactos, no pudieron frenar el ímpetu de mis deseos. Me ganaron
las pasiones y me perdí en mi delirio, en mi irracionalidad. Espero que en el
futuro pueda mi culpa expiar, por tal motivo he decidido retirarme de la escena
pública y consagrarme a la meditación. Deseo que Alá tenga a bien acortar mi
sufrimiento y reconfortar mi alma, por eso a la búsqueda de ese alivio entrego
hoy mi vida.
Fin