El infinito
se abre para él pues se ha enamorado otra vez. Trovador de esos que ves con el
laúd a la espalda y los oyes silbar mientras por el camino van.
Saluda
a todo los que se cruzan en su camino y sonríe con dulzura a los niños que
corretean por ahí. Mohín infantil y mirada de alma viajera, son sus cartas de
presentación.
Primero
se enamoró de la idea del amor y ahora en esta oportunidad se ha enamorado de
una dama tan fresca como la primera rosa que florece en primavera. Ella no es
reina, pero lo parece por la riqueza que en su corazón yace.
Es
simple, simpática y algo despistada. Hija del molinero, ayuda cada mañana a
hacer el pan y lo vende en el pueblo.
Tiene
mirada triste y cansada porque lloró la muerte de su primer amor, en esa tonta
cruzada que no sirvió de nada.
De a ratos canta un vieja canción que habla de
amor, de guerra y de un adiós. Y es tonto pero para el trovador cada vez que la
escucha sale el sol y cree percibir el aura de su rosa.
Se
une así con su laúd a la melodía y entonces el amor hace su magia e incorpora
gaitas al encuentro.
Las
gaitas solo las escuchan los enamorados, cuando Eros decide entrelazar
corazones. Hilos invisibles que se tejen entre la rosa y el trovador.
Y en
el cielo sonríe el sol aquel caballero que en una cruzada perdió la vida y la
oportunidad de hacer feliz a la hija del molinero.
Dicen
que las lágrimas que él derramó antes de su último suspiro fueron la tinta con
la que esta historia; entre rosa y trovador; fue escrita por Eros, un laúd y
las gaitas del amor.
Alexiss Mocçia®
(El crédito de la imagen no es mío)
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