«De
guerrera tengo la sangre», dijo una mirando su reflejo. «Reina soy y se hace lo
que digo yo», expresó otra también viendo su reflejo.
La
genética había puesto espada a una, corona a la otra y el destino las había
puesto en el mismo camino.
Caballero
defensor de la reina sería una, esclava de la mirada de ese caballero sería la
otra.
Y
aunque ésta última reina, soberana y poderosa había nacido daría su reino por
conquistar el corazón de su caballero. Sin saber siquiera que una fémina igual
que ella, se escondía detrás de esa radiante armadura.
Tiempo
pasaron juntas sin sacarse las mascaras. Reina egocéntrica y arrogante una, caballero testarudo y
orgulloso la otra.
Hasta
el día en que un baile de carnaval en el que todos buscan ser otra cosa, mostró
la verdad de estas dos damiselas en apuros, atrapadas en roles dados por
herencia de sangre.
En
un giro la reina tomó la cintura de su caballero y al oído le susurró «De
guerrera tienes la sangre ¿verdad?». La caballero dio esta vez el giro y
tomando, ahora ella, la cintura de la reina murmuró «Reina eras y se hace lo
que dices tú ¿cierto?».
«Soy
más de lo que tus ojos han visto y tus oídos escuchado» respondió la reina. «Lo
mismo su majestad», contestó la guerrera.
Viendo
ambas por sí misma, en esta ocasión, no lo pensaron dos veces y desaparecieron
en silencio del salón.
Cuentan
que en palacio se amaron como una y como dos. Que la luna testigo fue de la
pasión y de la ternura con la que hicieron suya a la una y a la otra. Relatan que el sol enamorado de
ellas dos, retrasó su aparición y dejó que la noche durara un poco más.
Dicen
que los grillos no interrumpieron esa noche, que las estrellas alumbraron
tenues como velas, y que en reemplazo de los grillos se escuchó un ruiseñor mezclado
con los gemidos de las dos.
Cuentan, y creo que exageran un poco, que fue
la culminación de la utopía de Platón cuando el ser partido en dos vuelve a ser
un todo de cuatro brazos, cuatro piernas, dos corazones hechos uno y dos mentes
vibrando casi al unísono. Pero de esa forma sucede siempre entre los que se
aman, sean hombre y mujer, hombre y hombre o como en este caso mujer y mujer.
El
encontrarse, reconocerse y complementarse no es tan utópico como dice Platón.
Es tan solo cuestión de ver con los ojos del corazón lo que se oculta bajo la
luz del sol.
Alexiss Mocçia®
(El crédito de la imagen no es mío)