Un golpe y unos bombones. Un golpe
y unas flores. Un golpe y una caricia. Así se ejerce muchas veces la violencia.
Pero también es violencia la humillación, el coartar la libertad y las bajezas
a las que hemos sido sometidas las mujeres, en algún momento de nuestras vidas.
Algunas tenemos suerte y sólo
llegan a nuestros oídos los casos extremos. Otras sólo conocemos la violencia
laboral o un comentario en la calle que dista mucho de ser un piropo. Sin embargo
no creo que nuestra integridad y permanencia en esta vida tenga que ser
cuestión de suerte.
No por haber nacido mujer debo
agradecer que no me desalienten, que no me desvaloricen, o que no me peguen. No
por haber nacido con vagina debo agradecer mi suerte de no ser violada y rezar
todas las noches para que no me pase a mí o a mi hermana. No por haber venido
al mundo como mujer que tengo que dar gracias que estoy en un país
relativamente democrático, laico, liberal donde gozo de bastante libertad, de
derechos y donde puedo más o menos alzar mi voz.
La vida de una mujer no debería
ser algo que esté relacionado con la suerte, con el azar. Es azar si el sexo
con el que venimos, porque hasta cierto tiempo no sabemos si seremos niño o
niña. Pero una vez vemos la luz del día somos seres humanos con derechos que
van más allá de nuestro género. Y eso se traduce también en otras cuestiones
que no quiero dejar fuera de esta reflexión.
La violencia hacia la mujer no
solo viene de parte de los hombres, se ejerce también de mujer a mujer. Desde la
madre que educa a los varones con la idea del macho alfa; hasta la que educa a
sus hijas mujeres como una princesa obediente.
Desde aquella mujer que ama a
otra pero la golpea, la cela de más, la humilla, la chantajea emocional y económicamente;
hasta la mujer que mira mal o discrimina a otra por su orientación sexual.
Desde la moralista cristiana que
ve a otras mujeres como promiscuas, hasta la agnóstica que se olvida que la
mujer cristiana también es mujer.
Y podría nombrar cientos de casos
más en el que nos violentamos entre nosotras mismas. Y con esto no trato de
olvidar que los hombres tienen parte en la violencia de género y en el aumento
de los femenicidios. Sino que busco que pensemos también cómo somos nosotras
como colectivo femenino.
Hoy por hoy nos sumamos al #NI
UNA MENOS porque ninguna de nosotras quiere engrosar las listas de mujeres
golpeadas, y/o violadas, y/o asesinadas. Nos sumamos porque no queremos que le
pase eso a nuestras hijas, nietas, hermanas, amigas, novias, etc.. Nos sumamos
porque vivimos con miedo, porque no sabemos si volveremos a nuestras casas
cuando salimos, porque nos cansamos que nuestra vida y nuestros derechos
dependan de la suerte y de la buena voluntad del otro.
Sin embargo de que sirve esto sí
en la cotidianeidad pienso y ejerzo violencia contra el colectivo al que
pertenezco. Sí cuando hablan de violación a una mujer me fijo en la vida social
de la joven, en su familia y en la ropa que llevaba.
Si cuando escucho que golpearon a
otra mujer digo «Algo habrá hecho para que le pasase eso». Si no me rebelo ante
comentarios machistas como «Esto quizás no lo entiendan porque son mujeres».
Si no le hago notar a un superior
o a un profesor que su comportamiento esta rondando la misoginia. Si no
considero mujer a las mujeres que le atraen otras mujeres. O no hago participe
de la lucha a aquellas que piensan diferente a mí o tienen creencias adversas a
las mías.
O si todavía creo que la mujer
que llega lejos en su trabajo lo hizo acostándose con todos y no valoro sus
capacidades.
Con todo lo aquí expuesto
pretendo que no solo debemos sumarnos a una marcha y a un reclamo pensando
únicamente en acabar con la violencia de género ejercida por el colectivo
masculino. Sino que además tenemos que erradicar la violencia de género
ejercida por nosotras mismas contra nosotras mismas.
Antaño muchas mujeres de diversas
ideologías, creencias, profesiones, educación, etnias y clases sociales
abrieron el camino por la lucha de nuestros derechos. Hoy levantemos ese mismo
guante y antes de juzgar a otra mujer, de señalarla, de discriminarla y de
excluirla recordemos que es mujer igual que nosotras. Que tiene los mismos
derechos que nosotras, que pertenece al mismo colectivo que nosotras.
Y que si deseamos un cambia real
no nos olvidemos de empezar por nosotras mismas. Dale la mano a la mujer que tenés
al lado y haz de su lucha, tu lucha. Entre todas podemos más. Separadas nunca
se lograra el #NI UNA MENOS.
Por una sociedad con más respeto
y solidaridad, y menos violencia y prejuicios.